Hoy me toca estar cabreada. Y lo estoy (y mucho). Estoy cabreada con el mundo. Mentira, con el mundo no. Hoy estoy cabreada con los humanos. Y cuando me cabreo con ellos (o conmigo misma) todo recobra un sentido completamente distinto. Y las cosas se vuelven de un color muy muy diferente. Y cierro los ojos y todos los colores son colores descoloridos. Y esto no me gusta. No me gusta nada. Odio que mis ojos y mi mente lo vean todo descolorido y negro, muy negro. Odio odiarlo, pero lo odio. Odio que los lobos malos cada vez estén más cerca para comerme. Pero lo que me jode no es esto no. A mi me da igual que me coman, con patatas o sin ellas. Lo que más me jode es que hoy, aparte de estar cabreada, toque día de lluvia. Y es que a mí me encanta la lluvia. La lluvia me enamora. Por eso odio estar cabreada en días de lluvia. Porqué esto hace que yo también esté cabreada con la lluvia. Y no sé si os lo había dicho pero hoy lo estoy (y mucho). Y al pensar en eso el cabreo que llevo encima se multiplica por infinito. Y lo hace como las gotas que caen del cielo que, al igual que yo, también están cabreadas. Y todo es un enorme bucle descolorido, negro, odioso, mojado, cabreado y muy feo. Aunque luego salga el sol.

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